Mucha gente en tertulias de bar o
artículos de opinión tras los asesinatos terroristas de París está analizando las diferencias entre la guerra de Irak y la
posible o real ya guerra contra el Estado Islámico, para argumentar la
necesidad de implicarnos en esta guerra, tanto como país, como Unión Europea o
como la abstracta Comunidad Internacional.
Los que somos pacifistas
convencidos, es decir, que pensamos ideológicamente y deducimos empíricamente que las guerras son el fracaso
de las civilizaciones y que una
guerra casi siempre es el germen de la siguiente aún más compleja, violenta y
con peores soluciones, tenemos también la obligación de posicionarnos en esta
ocasión.
Debemos reconocer dicha complejidad,
múltiples y contradictorios intereses, implicación de demasiados países,
corporaciones empresariales, pueblos y
religiones, etc. Y sobre todo que varias de las partes ya hace tiempo que se han
decidido por la guerra y la violencia.
Además, estamos comprobando como
este Estado Islámico que no es Estado reconocido por nadie, ni por la ONU, ni
por sus ocultos aliados, tienen una capacidad de reclutamiento, superior a cualquiera
de los Estados Europeos y de EE.UU. entre otros. Para mas gravedad parte de su
reclutamiento lo hace de conciudadanos nuestros, vecinos y vecinas de nuestros
barrios, de diverso origen y condición social, estudiantes universitarios,
profesionales liberales, jóvenes parados y mujeres sometidas al machismo
extremo.
Y por último son capaces de matar
a sangre fría a civiles de cualquier etnia y condición social, y en un amplio
número de países en Asia, África, y Europa.
Con este panorama sacar la
bandera de la paz, el discurso de Ghandi o Luther King, se hace complicado. Como
salir entonces de esta situación. Propongo varios pasos previos antes de
adoptar una posición favorable a la intervención militar:
1º.
Acogida urgente, masiva y organizada de todas
las personas refugiadas víctimas de la barbarie, con los medios adecuados,
dignos y con previsión de al menos dos años.
2º.
Bloqueo absoluto en el tráfico de armas, con
control desde las fábricas y almacenes de armas en territorio de los “aliados
(EE.UU, Europa, Rusia, China, India y Pakistan, Latino – América, y Países Árabes
amigos) supervisado por la ONU,
aumentando sus medios y recursos por los Estados.
3º.
Bloqueo de los flujos financieros (Banca pública
y privada y Mercados Bursátiles)
4º.
Persecución de la venta de petróleo procedente
de las zonas ocupadas por el Estado Islámico y sanciones graves a los Estados y
Empresas que se lo salten, en caso de que sean de la Unión Europea la expulsión
temporal de la UE con todas las consecuencias que ello conlleva, incluido el
Euro si es el caso.
5º.
Conferencias de Paz para la situación Siria,
para Palestina e Israel, para los diferentes conflictos en África, para la
situación del Kurdistan y Turquía, para Ucrania y Crimea y para el pueblo Saharaui, al menos. Con la tutela de la ONU, la decisión del
Consejo de Seguridad, la voluntad univoca de las grandes potencias (EEUU,
China, India, Rusia y Europa), un plazo preestablecido y un fondo económico
(donantes), para cada conflicto.
Cuando estos cinco puntos estén
en marcha, volvemos a valorar si solo existe la opción de los bombardeos y la
violencia, mientras tanto defenderemos estás opciones y el NO A LA GUERRA.
Sabemos que para muchos son propuestas
utópicas e irreales. Pero el dilema es
si entendemos la humanidad está condenada a no evolucionar, con procesos históricos cíclicos
y repetitivos, donde solo evoluciona el aspecto tecnológico y científico, pero
no la filosofía y la ética, que nos permita combinar el bienestar y la ambición
personal o colectiva con el respeto a la vida, la dignidad y la libertad del resto del mundo.
O por el contrario, concluyamos que también sufrimos
una evolución desde la supervivencia animal más primitiva a la convivencia en
paz de una sociedad muy compleja,
diversa, con libertad y suficientes medios de vida digna para todos. Si
estimamos la segunda opción es necesario como en otras ocasiones poner en
marcha soluciones atrevidas, costosas y coherentes con el respeto a la vida y
la paz.
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