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Fdo. Juan José Regatos Andrés

domingo, 15 de enero de 2017

El Instituto

Mi hijo mayor ha empezado este curso la ESO en un instituto  público. En la primera reunión de presentación escuchamos por parte de la directora y otras profesoras muchas frases como: “no os preocupéis los niños no pueden salir solos del centro”, “Se controla muy bien la puntualidad y el horario” o “con el programa de envíos de sms estaréis informados si falta vuestro  hijo, si se ha portado mal o no ha hecho los deberes, etc. casi en el momento”.

Me extrañé algo, incluso mire por si me había equivocado de institución, pero no. Después en el aula ya cada grupo de familias  con su tutora, pregunté: “Ya vemos que van a estar muy bien controlados nuestro hijos, pero para aprender, adaptarse a la secundaria, estar motivados, coger rutinas ¿Que nos propone el instituto?

A la joven profesora /tutora le cambio la cara, se relajó y nos contó cómo iban a empezar para saber que tal venía cada chaval de preparado, etc. Lo cual me alegró bastante.

Tras el primer trimestre, mi hijo, su clase y otras más, han sido castigados a copiar entero unos temas por no firmarles nosotros los padres la nota en la agenda de un examen parcial de matemáticas, a pesar en nuestro caso de haber aprobado con nota.

La Asociación de Madres y Padres de alumnos, mantuvo una reunión en noviembre con la dirección del centro, para acercar posiciones sobre varios puntos: huelga de estudiantes, problemas con una fusión de centros y este tipo de castigos entre otros temas. La reunión fue cordial y con compromiso mutuo de trabajar con cierta complicidad  en la misma dirección, por el bien de los alumnos y de todos en general.

A la vuelta de las vacaciones navideñas, nuevo castigo a toda la clase a copiar 100 veces dos frases “Cuando el profesor entra en clase debo sentarme en mi sitio y guardar silencio” y “Para poder hablar en clase debo levantar la mano y esperar mi turno de palabra”. Todo ello, por continuar hablando y sin colocarse unos minutos al entrar la profesora de lengua.

Estoy seguro, que los chicos y chicas, hablan, alborotan y  no reaccionan a tiempo en sentarse para que comience la clase.  No parece constar más actuación disruptiva que esta, no faltan al respeto ni se enfrentan a los profesores.

Siento algo de vergüenza ajena  explicando que aún se utilizan castigos de este tipo. Creo que para educar en el respeto y la convivencia, así como para que las clases de desarrollen con interés y aprovechamiento, hay muchas técnicas nuevas y no tan nuevas que permiten mejorar comportamientos y además adquirir conocimientos y técnicas de estudio. Hacer proyectos de investigación, resumir temas, trabajar en equipos soluciones para mejorar la agilidad de la clase, etc. Todas ellas requieren un buen esfuerzo a los alumnos pero producen conocimiento, cambios de actitud y compromiso. En cambio, sobre copiar 100 veces “voy a ser bueno….”, se tiene mucha bibliografía del fracaso de estas medidas.

El castigo incluía la obligación de que firmáramos los padres dicho trabajo provechoso, supongo que para estar informados y conocer lo ocurrido. Pero esta medida no genera la complicidad necesaria entre familias y profesores,  ¿no deberíamos coordinarnos en cómo abordar los posibles problemas de comportamiento y convivencia mediante acuerdos y actuaciones compartidas?

La dirección del centro  ante varias propuestas y quejas del AMPA, explicaba que ellos solo son “meros aplicadores de la ley”. Yo pensaba que esta función social la ostentaban en nuestra sociedad los jueces, en primer lugar y la policía. Para el profesorado se había dejado una función en mi opinión, de las más importantes: transmitir saber, enseñar formas de aprender y educar valores compartidos y constitucionales a los niños y niñas. Si, dentro de la ley, que a pesar de todo, aún permite enseñar y no solo aplicar.

Sería muy injusto generalizar sobre todo el profesorado y sobre toda la enseñanza pública. Sabemos que las leyes actuales son el reflejo de una concepción de la educación y por tanto de la sociedad, basada en la empleabilidad y productividad futura de los alumnos, con la obsesión del nivel PISA. Dejando atrás el aspecto humanista y científico, la socialización y el progreso social, la experimentación y las competencias que permitan el desarrollo de los niños sin distinción de raza, clase social, etc.  Todo ello está determinando y limitando cualquier actuación del profesorado convencido de una educación coherente con los valores democráticos y los derechos humanos.

Esta situación me genera un conflicto interno, porque estoy convencido de que los padres debemos apoyar y no contradecir a los profesores ante las instrucciones que dan a nuestros hijos, como  valoran sus trabajos, etc.  Y no servir de abogados defensores a nuestros hijos frente a un suspenso o dificultad con una asignatura.

Pero al mismo tiempo, no puedo quedarme impasible sobre actuaciones incomprensibles e inútiles. Recuerdo que mi madre, adelantada para la época,  nunca fue al colegio a discutir sobre mis suspensos con el profesor, en cambio desde el inicio de mi escolarización hizo una advertencia, yo soy zurdo, y dejo claro que bajo ningún concepto se me obligara a escribir con la derecha, esto no evitó una gran bofetada que me dio una profesora por comer con la izquierda en el comedor escolar. Pero fue la única vez, y mi madre evito un posible trastorno de lateralidad y el consiguiente fracaso escolar.  


Debemos esforzarnos  padres y profesores por entendernos y comunicarnos. Y para ello, cambiar la actitud, dejando de ser aplicadores de la  ley,  y pasar a creernos que escuela y familia somos las instituciones más importantes en la vida de una persona, que nos marcará para bien o para mal  durante toda nuestra vida. Si no, solo nos quedará a cada parte la queja, la denuncia y la desconfianza, es decir la no enseñanza y la no educación.

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