Mi hijo mayor ha
empezado este curso la ESO en un instituto público. En la primera reunión de presentación
escuchamos por parte de la directora y otras profesoras muchas frases como: “no os preocupéis los niños no pueden salir solos del centro”, “Se controla muy
bien la puntualidad y el horario” o “con el programa de envíos de sms estaréis
informados si falta vuestro hijo, si se
ha portado mal o no ha hecho los deberes, etc. casi en el momento”.
Me extrañé algo,
incluso mire por si me había equivocado de institución, pero no. Después en el
aula ya cada grupo de familias con su
tutora, pregunté: “Ya vemos que van a estar muy bien controlados nuestro hijos,
pero para aprender, adaptarse a la secundaria, estar motivados, coger rutinas ¿Que
nos propone el instituto?
A la joven profesora
/tutora le cambio la cara, se relajó y nos contó cómo iban a empezar para saber
que tal venía cada chaval de preparado, etc. Lo cual me alegró bastante.
Tras el primer
trimestre, mi hijo, su clase y otras más, han sido castigados a copiar entero
unos temas por no firmarles nosotros los padres la nota en la agenda de un
examen parcial de matemáticas, a pesar en nuestro caso de haber aprobado con
nota.
La Asociación de
Madres y Padres de alumnos, mantuvo una reunión en noviembre con la dirección
del centro, para acercar posiciones sobre varios puntos: huelga de estudiantes,
problemas con una fusión de centros y este tipo de castigos entre otros temas.
La reunión fue cordial y con compromiso mutuo de trabajar con cierta
complicidad en la misma dirección, por
el bien de los alumnos y de todos en general.
A la vuelta de las
vacaciones navideñas, nuevo castigo a
toda la clase a copiar 100 veces dos frases “Cuando el profesor entra en clase
debo sentarme en mi sitio y guardar silencio” y “Para poder hablar en clase
debo levantar la mano y esperar mi turno de palabra”. Todo ello, por continuar
hablando y sin colocarse unos minutos al entrar la profesora de lengua.
Estoy seguro, que
los chicos y chicas, hablan, alborotan y no reaccionan a tiempo en sentarse para que
comience la clase. No parece constar más
actuación disruptiva que esta, no faltan al respeto ni se enfrentan a los
profesores.
Siento algo de vergüenza
ajena explicando que aún se utilizan
castigos de este tipo. Creo que para educar en el respeto y la convivencia, así
como para que las clases de desarrollen con interés y aprovechamiento, hay
muchas técnicas nuevas y no tan nuevas que permiten mejorar comportamientos y
además adquirir conocimientos y técnicas de estudio. Hacer proyectos de
investigación, resumir temas, trabajar en equipos soluciones para mejorar la
agilidad de la clase, etc. Todas ellas requieren un buen esfuerzo a los alumnos pero producen
conocimiento, cambios de actitud y compromiso. En cambio, sobre copiar
100 veces “voy a ser bueno….”, se tiene mucha bibliografía del fracaso de estas
medidas.
El castigo incluía
la obligación de que firmáramos los padres dicho trabajo provechoso, supongo
que para estar informados y conocer lo ocurrido. Pero esta medida no genera la complicidad
necesaria entre familias y profesores, ¿no
deberíamos coordinarnos en cómo abordar los posibles problemas de
comportamiento y convivencia mediante acuerdos y actuaciones compartidas?
La dirección del
centro ante varias propuestas y quejas
del AMPA, explicaba que ellos solo son “meros aplicadores de la ley”. Yo pensaba
que esta función social la ostentaban en nuestra sociedad los jueces, en primer
lugar y la policía. Para el profesorado se había dejado una función en mi opinión,
de las más importantes: transmitir saber, enseñar formas de aprender y educar
valores compartidos y constitucionales a los niños y niñas. Si, dentro de la
ley, que a pesar de todo, aún permite enseñar y no solo aplicar.
Sería muy injusto
generalizar sobre todo el profesorado y sobre toda la enseñanza pública. Sabemos
que las leyes actuales son el reflejo de una concepción de la educación y por tanto
de la sociedad, basada en la empleabilidad y productividad futura de los alumnos,
con la obsesión del nivel PISA. Dejando atrás el aspecto humanista y
científico, la socialización y el progreso social, la experimentación y las
competencias que permitan el desarrollo de los niños sin distinción de raza,
clase social, etc. Todo ello está
determinando y limitando cualquier actuación del profesorado convencido de una
educación coherente con los valores democráticos y los derechos humanos.
Esta situación me
genera un conflicto interno, porque estoy convencido de que los padres debemos
apoyar y no contradecir a los profesores ante las instrucciones que dan a
nuestros hijos, como valoran sus trabajos,
etc. Y no servir de abogados defensores
a nuestros hijos frente a un suspenso o dificultad con una asignatura.
Pero al mismo
tiempo, no puedo quedarme impasible sobre actuaciones incomprensibles e
inútiles. Recuerdo que mi madre, adelantada para la época, nunca fue al colegio a discutir sobre mis
suspensos con el profesor, en cambio desde el inicio de mi escolarización hizo
una advertencia, yo soy zurdo, y dejo claro que bajo ningún concepto se me
obligara a escribir con la derecha, esto no evitó una gran bofetada que me dio una
profesora por comer con la izquierda en el comedor escolar. Pero fue la única
vez, y mi madre evito un posible trastorno de lateralidad y el consiguiente fracaso escolar.
Debemos esforzarnos padres y profesores por entendernos y
comunicarnos. Y para ello, cambiar la actitud, dejando de ser
aplicadores de la ley, y pasar a creernos que
escuela y familia somos las instituciones más importantes en la vida de una
persona, que nos marcará para bien o para mal
durante toda nuestra vida. Si no, solo nos quedará a cada parte la
queja, la denuncia y la desconfianza, es decir la no enseñanza y la no educación.
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