Hay muchas personas que hemos decidido abrir un blog para dar a conocer nuestras ideas, aficiones o lo que sea. Pero porque, pensamos acaso que a alguien le va a interesar, que es más interesante leerme a mí que a un articulista reconocido.
Algo de complejo debe haber en esto, nos ilusionamos pensando que habrá al otro lado del teclado un número importante de gente, vamos miles y miles, que estarán fascinados por las cosas que contamos.
Después empieza el problema de que escribir, nadie nos lo encarga, ¿podemos desvelar conversaciones privadas de cómo arreglar el mundo?, que solemos tener con ciertos amigos y amigas. Podemos opinar sobre los acontecimientos mundiales, nacionales o locales, o simplemente ideas vacías que se nos ocurren.
Por poder podemos, pero ¿para qué? Principalmente para quedarnos a gusto e imaginar que estamos sentando influyendo social o políticamente, o como dicen los periodistas creando opinión.
El otro problema es la disciplina, ser persistente y constante, no hacer como yo, que escribo cuando me da la gana y encima algunas entradas las he repetido para llenar espacio.
Todo ello me inclina la balanza a dejarlo, pero el otro día se lo comenté deprisa y corriendo a un amigo (deprisa y corriendo porque con los niños, el trabajo y la casa siempre estamos de aquí para allá) y me dijo, para regalarme los oídos, que había mucha gente que me seguía en el blog. Yo no me lo creí, claro que como no he puesto un contador de visitas (por qué no he aprendido aún a hacerlo), bueno y si lo leen de vez en cuando mis amigos (claro que para eso está el facebook).
En el fondo, mi ego me puede y como es gratis lo seguiremos intentando, hasta que otro amigo me diga sinceramente, “mira déjalo ya que además eres un plomo”.
Además, como me voy a quedar callado con los temas que tenemos en la mesa: pensiones, paro, corrupción. A los amigos, compañeros y mi pareja ya los tengo fritos, al fin y al cabo con el blog me tienen entretenido.
