Animado por algunas amigas, me
pongo de nuevo a comunicar algunas reflexiones de usar y tirar. En más de dos
años han pasado muchas cosas pero no parecen haber cambiado mucho:
Otro país árabe en guerra civil y
a punto de ser bombardeado por Estados Unidos y parte de Europa, antes Libia
ahora Siria. La crisis con record de personas sin trabajo, aumento de las
diferencias salariales entre directivos y obreros, recortes de los servicios
públicos esenciales: sanidad, educación y servicios sociales. Políticos
detenidos por corrupción, con el apoyo del resto de sus compañeros en el
sentido de: si te han pillado “te jodes” pero te callas y a nosotros nos dejas
en paz mientras nadie diga nada de lo nuestro.
Pero ante este panorama, incluida
la subida y bajada de esa “prima” nueva que nos ha venido a visitar con mucho
riesgo, algo ha cambiado.
Los movimientos silenciosos, a veces,
y más sonoros otras, de diversas organizaciones sociales, políticos, sindicales
y personas de la cultura, la ciencia, la tecnología, la educación, la medicina,
están fraguando una alternativa social y política contra este derrumbe de los
derechos sociales y políticos que está viviendo Europa y nuestro país en
particular.
Mientras la socialdemocracia europea
(PSOE en España) sigue a la deriva y en terapia de psicoanálisis para saber
quién es, de donde viene y adonde quiere ir.
Hay alternativas, pero ya no
valen programas de eslóganes y promesas: crearemos un millón de empleos por año, quitaremos los
coches “oficiosos”, bajaremos la luz y el gas, etc. Es momento de hablar de decrecimiento
sostenible, de modelos de consumo y calidad de vida, de disminución de las
horas de trabajo, de mantener el control público y la gestión directa de servicios públicos incluyendo en los mismos un
30% de la energía eléctrica, de los hidrocarburos, de la telecomunicaciones, además
de la educación, la sanidad y los servicios sociales. La cultura como creación y
cuestionamiento permanente de la sociedad y no como mercado o industria
cultural.
Y es momento de hablar de
ingenuidad[1],
claro que todo esto no es fácil, requiere muchas condiciones y tiempo, pero la actitud de certeza,
predestinación, venir de vuelta de todo y perder la contienda antes de iniciarla,
solo es de conservadores y resignados.
Para el resto nos vienen tiempos
de cambio y lucharemos por que el timón los lleven los nuestros.
[1] En latín, el adjetivo ingenuus significaba ‘natural’, ‘puro’, ‘no
alterado’, y se aplicaba también a los hombres nacidos libres, a los ciudadanos
del Imperio. En tiempos de Cicerón (siglo I a. C.) el sentido de esta palabra
ya se había extendido para calificar a un hombre probo, honesto, recatado.
Lucrecio usaba la expresión ingenuus
fontes para referirse a
‘manantiales límpidos’ y, pocos años más tarde, Tito Livio expresaba: Nihil ultra quam ingenui (Nada más que hijos legítimos).
Ingenuus provenía de gignere ‘engendrar’, ‘generar’ con el prefijo -in, para significar ‘nacido dentro’ (del
país).
En textos de Alfonso X el Sabio, ingenuo conservaba aún ese significado, pero
en algún momento el sentido de ‘honestidad’ y ‘recato’ cedió su lugar a la
denotación actual de ‘cándido’ o ‘inocente’.
Estos textos ha sido
extraídos de los libros de Ricardo Soca La
fascinante historia de las palabras y Nuevas
fascinantes historias de las palabras.
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